
Al llegar a casa mi hijo de 8 años me miraba con la boca abierta mientras contaba mi conversación y me preguntó que por qué había gente que se iba de su casa y pasaba tantos sufrimientos. La pregunta de un niño de 8 años la volví a escuchar y a leer en distintos foros y redes sociales a lo largo del domingo y del lunes. Y es una pregunta que, si bien es comprensible que la formule un niño de 8 años, es más dudoso que la realicen personas con unas supuestas y determinadas entendederas que además deberían estar informadas de lo que pasa en el mundo más allá de su patria chica.
Durante los dos años que trabajé como psicólogo en el CETI de Melilla fueron muchas las historias que me contaron muchos y muchas de estas personas. Historias desgarradoras, traumáticas en su mayoría, de separaciones, vejaciones, violaciones y mertes, tras las que cualquiera de nosotros, señoritos acomodados del llamado primer mundo, seríamos incapaces de seguir adelante sin un buen aporte de los llamados medicamentos de la felicidad y la ayuda del consabido terapeúta. Jóvenes, en su mayoría, que viajan en pos de poder ganar algo de dinero con los que alimentar a sus familias en países alejados de África (con el sueldo que puede obtener uno de ellos en Europa, facilmente alimenta a toda su familia en su país de origen). Jóvenes cuyo futuro queda en manos de las mafias que transportan personas a lo largo y ancho de África, o bien de las traicioneras mareas del Mediterráneo. Jóvenes que se juegan la vida atravesando países en conflicto bélico de carácter político o religioso, desiertos o comiendo durante meses desechos en el Monte Gurugú a la espera de encontrar su oportunidad de pasar a Melilla.
¿Por qué vienen?. Porque seguro que nosotros, en su lugar, lo intentaríamos también si viésemos morir de hambre a nuestros hermanos o bien padecer enfermedades a nuestros familiares que unos miles de kilómetros más al norte tienen fácil cura. Vienen porque saben que hay un mundo mejor que en el que a ellos les ha tocado nacer (en sus países también hay tele e internet).
España está en crisis, eso nadie lo duda, pero no podemos perder la perspectiva. La situación actual que atraviesa nuestro país es mucho mejor que la del 90% (y me quedo corto) de los países de África. Además, España es una de las puertas de Europa. Llegar a Melilla no significa que quieran quedarse en España, sino que es paso obligado para llegar a destinos soñados más al norte.
En tiempos de tanto contacto social digital deberíamos fomentar un poco más el 1.0 y preguntar por su situación a estas personas. Quizás, con un poco de empatía, fuésemos capaces de comprender el por qué de su odisea.